Le deuxième souffle. Jean-Pierre Melville. 1966.

También conocida como «Hasta el último aliento», el director avisa al principio de la película de su posicionamiento moral como si de un juramento hipocrático de creadores se tratase, recordando los tiempos del código Hays donde determinadas licencias creativas no estaban permitidas o debían ser suficientemente aclaradas para evitar malentendidos. Como si el arte cinematográfico fuera algo más que eso, arte.

Éste es el aviso:

Le deuxième souffle de Jean-Pierre Melville. Cine negro donde los franceses ya dejaban claro que los métodos de investigación policial que veíamos en el film no tenían nada que ver con los que utilizaba la policía francesa.

Gustave Minda (Lino Ventura) acaba de escapar de prisión. Se dirige a París para reunirse con sus compinches cuando se desata una guerra entre bandas de atracadores en la que se ve envuelto. Debe salir del país porque además le persigue el inspector Blot (Paul Meurisse), pero antes necesita dar un último golpe para conseguir dinero. Contará con la inestimable ayuda de Manouche (Christine Fabréga).

Dirigida por Jean-Pierre Melville, está realizada siguiendo los más estrictos cánones del polar francés, serio e incluso frío, sin ostentaciones, de gran carga emotiva , sin héroes ni finales felices en una época, los sesenta, donde se producía la revolución cinematográfica de la Nouvelle Vague, que por otra parte no dejó de hacer sus incursiones en el noir como con La novia vestía de negro (La mariee était en noir, 1967) y Accidente sin huella (Que la bête meure, 1969) de Truffaut y Chabrol respectivamente, pero con planteamientos diferentes.

Basada en la novela homónima de José Giovanni, quien además de contribuir con ésta y otras novelas al género negro francés (Le Trou, Classe tous risques, L’Excommunié) también fue un destacado guionista y director de cine con películas fundamentales como El clan de los marselleses o Dos hombres en la ciudad.

Por último recordar que se realizó un remake también francés del año 2007, dirigido por Alain Corneau e interpretado por Daniel Auteuil y Monica Bellucci.

LA PELÍCULA COMPLETA LA PODÉIS DISFRUTAR LIBREMENTE EN YOUTUBE. Después os he puesto un enlace para descargar el archivo con los subtítulos en castellano. Comprobados. A disfrutarla.

Aquí tenéis los SUBTÍTULOS

El asesino de Düsseldorf. Robert Hossein. 1965.

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero como ocurre muchas más veces hallada la excepción. El asesino de Düsseldorf está basada en la historia real de Peter Kürten, que se ganó la fama de «vampiro» al afirmar durante su juicio que había bebido la sangre de unas de sus víctimas. Leyendas.

Iba a contaros el argumento y las delicias de esta película, pero consultando la historia real de este serial killer me ha fascinado tanto su crueldad que me desvié sin querer hacia su historia real primero y después hacia como la contaron dos películas, que basadas en sus atrocidades, han pasado a la historia del cine. La realidad supera la ficción. Su figura eclipsa a las historias que se contaron sobre él.

Peter Kürten

Se trata de un asesino en serie de niñas, Peter Kürten, que actuó en 1930 y que llegó a enviar a un periódico local el mapa de la tumba de una de sus víctimas. Estos asesinatos hicieron que la ciudad de Düsseldorf viviera en un continuo estado de histeria. Nadie se atrevía a caminar solo por las calles de la ciudad.

Pero volviendo al cine, las dos películas que relataron sus fechorías fueron: M, el vampiro de Düsseldorf, la primera que hablaba de él, dirigida por Fritz Lang en 1931, la más fiel en cuanto al tipo de crímenes que cometió sobre niñas. Pero de igual manera es la que más se aleja de su verdadero final. Haremos un poco de spoiler.

Mientras que en la película M, el vampiro de Düsseldorf, éste es sometido a un juicio popular, popular en el sentido de un juicio sumario sin juez y con la mano diabólica de los ciudadanos como ejecutores y casi coetánea con el caso real, en El asesino de Düsseldorf, la película que nos ocupa, se ajusta más a su final, su detención, juicio y condena al aguillotinamiento producido en 1931, pero solamente lo sabemos al final de la cinta. Hossein presenta a Kürten como asesino de mujeres en la vida nocturna de esta ciudad alemana, sin niñas, al mismo tiempo que la singulariza en un momento histórico particular, el de la desestructuración de Alemania tras la primera guerra mundial y el auge del poder nazi de los años treinta. En ambas lo realmente importante es retratar su personalidad de este macabro asesino.

La historia real es imprescindible a la hora de visionar ambas cintas, que comparten muchas cosas en común, el ambiente siniestro, nocturno de premeditación y alevosía. Y sobre todo el comportamiento de sus protagonistas. Peter Lorre en M y Robert Hossein en El asesino de Düssedorf. Ambos personajes están dotados de un barniz perverso y maligno a través de sus miradas (la de Lorre es inmejorable) pero que Robert Hossein, que también es el director de El asesino, mejora muy notablemente sin contar con los ojos expresivos de Lorre.

Configurando un personaje a través de caídas de ojos y posturas corporales, sus diálogos son escasos y escuetos, transmite una desconfianza que pocos más habrán conseguido. Adoptando posiciones del cine mudo heredadas sin duda de Keaton y Chaplin consigue comunicar el desequilibrio que se encuentra en lo más profundo de su alma. En esta escena se muestra exactamente lo que quiero decir:

Excesivamente inquietante y perturbadora cada vez que él aparece en pantalla nos sobrecoge una sensación de desamparo y maldad a través de una impasibilidad que pocas veces se consigue en la gran pantalla.

Os recomiendo las dos películas, pero sin duda no os perdáis El asesino de Düsseldorf, dirigida e interpretada por Robert Hossein. La segunda parte, veinticinco años después es mejor que la primera.


Las diabólicas. H. G. Clouzot. 1955.

Hay que ver de lo que son capaces un par de mujeres. Aunque una de ella se derrumbe la otra la levanta. Siempre se superan los inconvenientes. Me extrañaba que esto fuera todo.

Es difícil hablar de esta película sin desvelar la trama. No se puede sin mencionar un hecho crucial que vuelca completamente la historia. Pero ocurre al final, con lo cual tampoco tengo claro de que va, así que aprovecho para disfrutar de dos grandes temas. Comienza siendo una venganza, de Christina y Nicole por la ruindad de Michel, marido de la primera y amante de la segunda. Sin secretos entre ellos.

Todo sucede en el colegio que el matrimonio dirige y donde Nicole ejerce como profesora. Un internado de niños bien, aunque se note bien poco. El ambiente un tanto asfixiante acompaña genialmente el complot de ellas. Y con pocos dramatismos, estilo francés, excepto el de Christina, una venezolana católica que tiene el miedo por bandera y que además padece del corazón. Corazón del que carece su marido Michel.

Exteriores por el oeste francés, ambientes húmedos y nublados, interiores en habitaciones pequeñas, a veces asfixiantes donde todo sucede y todo cambia.

Cambia a la venganza por la traición, el otro tema central, aunque la disfrutemos únicamente los últimos minutos. Utilícese libremente al prójimo después de haberse adueñado de su confianza. Justificado como amor, como tantas otras veces.

Y aquí entra el detective Fichet, un sabueso olfateador, le vendría que ni pintado el adjetivo de huelebraguetas, precursor quizás de la imagen desaliñada de Colombo, y que con un par de averiguaciones y de manera caricaturesca soluciona la confabulación en la ultima escena. Un gran secundario, quizás un poco parodia del personaje.

Con las actrices Simone Signoret, Vera Clouzot, y Paul Meurisse, Clouzot, en la buena tradición francesa, se centra en la psicología de los personajes y nos cuenta una historia en la que participamos como creyentes.

Las diabólicas, donde la confianza se transforma en traición. Un #noir francés clásico de H. G. Clouzot. Con Simone Signoret, Véra Clouzot y Paul Meurisse.

Basada en una novela de Boileau-Narcejac, los mismos que escribieron «Entre los muertos», que rodó Hitchcock como Vértigo es nuevamente un fotograma de la historia del cine.

Al final de la escapada. Jean-Luc Godard. 1960

al_final_de_la_escapada_todo_negro_2Esta película podría atribuirse al género negro por su temática, pero tal es su alejamiento de los cánones del clasicismo americano al que estamos acostumbrados que en el fondo acabaremos con la impresión de que estamos viendo otra cosa.

Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) tras robar un coche en Marsella para ir a París, mata a un motorista de la policía. Sin remordimiento alguno por lo que acaba de hacer, prosigue el viaje. En París, tras robar dinero a una amiga, busca a Patricia (Jean Seberg), otra amiga americana, que aspira a ser escritora y vende el New York Herald Tribune por los Campos Elíseos. Lo que Michel ignora es que la policía lo está buscando por la muerte del motorista.

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Hasta aquí podríamos esperar un medio familiar, usual para este tipo de historias, con escenarios y personajes conocidos, de supuestas inercias hacia desenlaces intuidos, pero tratándose de la Nouvelle Vague francesa todo esto se desmorona.

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Jean-Luc Godard

En esta primera película de Godard, con participación en el guión de François Truffaut y asesoramiento de Claude Chabrol, aupados por el golpe de estado del cine francés en Cannes del 59, se desembaraza de las reglas del rodaje y la estructura de la narración, construyendo una historia cinematográfica que aporta numerosas novedades y que se aupa como auténtico manifiesto del nuevo cine francés. Pero esta novedosa posición tiene su precio. Aleja al guión y a la trama de convencionalismos, no solo de lo que podría esperarse de una historia del género, sino del cine en general, provocando una cierta desorientación del espectador que espere encontrarse una película al uso, suscitando que el interés de la película se ciña a las novedades introducidas por esta Nouvelle Vage desde la revista Cahiers du Cinéma más que al guión en sí.

Godard declaró «he podido realizar el film anarquista que soñaba», así destruye la noción de encuadre clásico gracias a la perpetua fluidez de la cámara (llevada por un Raoul Coutard, su cámara de cabecera, que utiliza nuevos medios), quebrando las leyes de continuidad del montaje y sin respetar siquiera las normas de raccord entre plano y plano, consiguiendo con ello un clima de inestabilidad y angustia.

Una nueva manera de interpretar el género, y el cine en general, eclipsado quizás por toda una serie de nuevas interpretaciones a la hora de manejar los principios académicos del cine imperante en la época. Nuevos tiempos, nuevo cine.

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