Le asesté una puñalada en el cuello. Nunca pensó que llegaría hasta aquí. Mientras tomaba un trago ni se le pasaba por la cabeza que eran sus cinco últimos minutos de vida, y que la cocina sería el último lugar que verían sus ojos. Era la mejor manera de hacerlo, por detrás, sin ver su expresión de sorpresa y miedo.
Pretender quedarse con el negocio había sido una insensatez. Recordar los años pasados con él le me hizo la tarea más difícil, pero ya había acabado todo. Aspectos inevitables de los negocios. Ya sabía por experiencia que si no haces las cosas cuando debes, no podrás hacerlas cuando quieras.
Ahora sólo quedaba esconderse una temporada. Uno de los muchachos me esperaba en el Packard con la puerta abierta y el motor en marcha. La gran ciudad era el sitio ideal para desaparecer. Distinguir una hormiga entre un millón era imposible, sobre todo con amigos y el bolsillo lleno.