Regresa un desconocido. Juan Bosch. 1961.

Juan Bosch, repite película con Arturo Fernández como protagonista tras la exitosa A sangre fría. En Regresa un desconocido interpreta a un estafado con ganas de venganza. La asunción de un destino. Un argumento a veces un tanto débil pero que la habilidad estética y la interpretación de los protagonistas consigue salvar muy merecidamente.

Arturo Fernández

Ni un sólo policía que interfiera en una historia de motivaciones, decisiones y acciones. Un noir en toda regla. Una música sensacional a cargo de José Sola. Unos secundarios de lujo y todoterreno: Jorge Rigaud, Luis Induni o Pedro Osinaga que envuelven el papel de Arturo Fernández como nadie lo haría.

Una película de tramposos, muy coral donde los intereses unen y determinan las propias sendas. Un ambiente de grandes casas, timbas, clubs y pensiones de una oscuridad muy trabajada, sin dejar de lado el pulso a la calle.

El papel femenino, puro figurante, intrascendente y por eso de tener que colocar a la chica, a veces de un buenismo exasperante, simple Se lo podían haber ahorrado. La austríaca Edith Elmay al frente.

Edith Elmay

Es mejor ver las mejores secuencias:

Un “Carpaccio” y un “Bellini”. Héctor D. Vico. Relato.

Un “Carpaccio” y un “Bellini”

Milagrosamente Rocco Scotta, pudo evadirse de los matones de los Lucchese que lo buscaban y, para salvar su vida, hizo un trato con el F.B.I. e ingresó al programa de protección de testigos. Sus declaraciones ante el Fiscal de Distrito, generaron una investigación primero, y una acusación después, contra Rino Mancuso, jefe de la familia Lucchese.


Dado que las actuaciones de la Justicia se sustentaban en los dichos de Scotta, la reacción inmediata de Mancuso fue querer eliminar a Rocco. Generalmente el programa que protege a los delincuentes arrepentidos se ocupa de ocultar al testigo para salvaguardar su vida. Fue lo que ocurrió con Scotta. De la noche a la mañana el antiguo lugarteniente de Rino se había evaporado, pero una buena cantidad de dólares, depositados en las manos correctas lograron lo impensado. Rocco, estaba alojado en un hotel cercano a Harlem, sobre la avenida Columbus. Según pudo saberse, compartía un cuarto ubicado en el segundo piso, con un agente del F.B.I. y además estaba vigilado permanentemente por otros agentes desde la habitación contigua.

Develado el misterio de su ubicación, quedaba por definir quién sería el encargado de ultimarlo, lo que de por sí era casi una tarea suicida. Ninguno de los muchachos de Mancuso podía hacerlo dado que todos eran muy conocidos por los agentes.

La idea del jefe mafioso era que el asesinato de Scotta fuera lo más silencioso y preciso posible. No quería engrosar la lista de cargos con los que la Justicia le había acusado, y tener que responder también por la muerte de algunos agentes federales.


Lentamente, comenzó a sonar un nombre en la mente de Mancuso. Existía una persona capaz de hacerse cargo del trabajo. Estaba radicada en Boston y su nombre era Juan Fisher. Se trataba de un veneciano que arribó a Estados Unidos hacía aproximadamente veinte años, llamado Sebastiano Licinio pero que luego cambió su nombre por el de Fisher.


Generó su reputación realizando trabajos de “limpieza” para todas las familias de Nueva York y tenía fama de efectivo y reservado, aunque bastante sádico y sanguinario, cuando la ocasión lo permitía. Se contaba en las calles que disfrutaba mutilando a sus víctimas y había quienes afirmaban que también, muchas veces, les comía un trozo de carne mientras aún estaban vivos. Fábula, fantasía o sólo morbo, Mancuso se convenció que era la persona que precisaba.


Cuando John lo vio entrar se puso tenso. No le gustaba ese sujeto. La iba de tenebroso y lo era. Vestía su infaltable gabardina que usaba cualquiera fuera el clima y no se desprendía de su sombrero, estilo años cuarenta, que hábilmente lo empleaba para embozarse el rostro. Poseía facciones angulosas, mentón afilado, ojos hundidos, huidizos, evasivos, embusteros. Lucía una piel muy blanca, casi enfermiza, y una calva incipiente que ocultaba con un trabajoso peinado que pretendía, infructuosamente, ocultarla. Trataba de darse un toque de respetabilidad y elegancia utilizando ternos de muy buena confección aunque todo el conjunto anunciaba que era una persona para evitar.


John conocía su historia y hubiera preferido que fuera al Harry´s Bar en el Hotel Park Lane en Central Park, pero el insistía en volver. Decía que el Carpaccio y el Bellini del Dempsey son muy superiores a los de aquel lugar, a pesar de toda su historia. Esto halagaba a John, pero no le causaba gracias tener que prepararlo para tipos como ese. Al verlo ingresar le dijo inmediatamente a Fat Baby:
—Pon atención, no lo pierdas de vista.
—¿Puede haber jaleo?
—No lo creo pero a este fulano le gusta comer carne cruda, ¿No te parece que es para tener cuidado?—John hizo una media sonrisa y agregó—, luego te cuento, quédate cerca.
—Ok. John, no me muevo.


Cuando John regresó junto a su amigo, Fisher estaba sentado a la barra aguardándolo.
—Señor Fisher, que sorpresa usted por aquí—dijo fingiendo cordialidad.
—Hola, John. El gusto también es mío—replicó con sarcasmo.
—¿En qué lo puedo ayudar?
—Te agradecería me ubicaras en una mesa un tanto apartada. Tengo una reunión en algunos minutos y necesito reserva. ¿Puede ser?
—Con todo gusto, sígame.
El barman dio un rodeo para pasar al otro lado de la barra y condujo al singular individuo a la zona de los reservados.
—Aquí estará tranquilo. ¿Qué desea que le sirva?
—Lo de siempre John. ¿Lo recuerdas?
—Por supuesto. Un Carpaccio y un Bellini, al estilo del Harry’s Bar de Venecia.
—Correcto. Con eso será suficiente.
—Muy bien, ya lo traemos.


Luego de dar las directivas en la cocina para que prepararan el Carpaccio como le gusta al señor Fisher, John regresa junto a Fat Baby y se dispone a realizar la mezcla del prosecco y la pulpa de durazno para el “Bellini”. Mientras los hace, comienza a relatarle a su amigo parte de la historia que todos en el hampa conocen, y que pinta de cuerpo entero al siniestro visitante de esta noche:
—Se cuenta que vino fugado desde Venecia y que aquí se cambió de nombre. Lo conocí en el Harry’s Bar de Venecia, cuando Giuseppe Cipriani empezaba a hacerlo famoso y yo comenzaba a dar mis primeros pasos en la mixología. Cipriani acababa de inventar este trago—dijo, señalando el Bellini— y entre los habituales concurrentes del bar se encontraban: Hemingway, Orson Welles, Truman Capote, pero también el señor Fisher.

Siempre fue algo extraño y de hábitos poco convencionales. El plato más célebre del Harry’s era y es el Carpaccio, es decir carne cruda con una salsa deliciosa. Fisher se hizo adicto a él. Siempre que nos visitaba pedía lo mismo: carpaccio con un Bellini, como acaba de hacer esta noche. Cuentan que se ganaba la vida como actor y era muy hábil con el maquillaje. Podía asumir cualquier papel y caracterizarse magistralmente. Te contaba que tuvo que huir de Venecia. Le adjudican un crimen macabro. Asesinó a su novia, y muchos afirman que se comió una parte de su mejilla. Fue por eso que te comenté que le gusta la carne cruda. En parte por el Carpaccio y en parte por ese asesinato. Huyó de Venecia hacia Génova, tomó el primer vapor rumbo a cualquier lado y recaló en Nueva York. Se cree que pudo embarcar gracias a un muy buen disfraz.
El resto de la historia ya te lo puedes imaginar. Fue sicario de todas las familias de la Cosa Nostra. Cierta noche, con muchos tragos arriba, se sinceró con algunos de los muchachos de los Genovese. Ellos dicen que en esa oportunidad confesó que mató a su novia pues sostenía que ella, nunca debió enamorarse de alguien como él. Tal vez sea verdad o simplemente una leyenda de los bajos fondos. ¿Quién puede saberlo?
John detuvo su relato. Por una de las puertas laterales del Dempsey acababa de ingresar Luciano Mancuso, hijo de Rino. Desde lejos miró a John y este, con un movimiento de cabeza, le indicó que a quién buscaba se encontraba en los reservados. Le agradeció levantando el pulgar de la mano derecha y hacía ese lugar se encaminó.
—Ya está claro a qué se debe la presencia de Fisher—dijo con pesadumbre.
Fat Baby lo miraba extrañado. No acababa de comprender que era lo que había ocurrido. Sólo advirtió el cabeceo de John, se había perdido la otra parte del diálogo silencioso.
—¿Qué quieres decir, John?—preguntó extrañado, Fat.
—Nada, amigo, nada. Cuanto menos sepas es mejor—y mirándolo con afecto, agregó—, para ti.


El Hotel Hamilton, sobre la avenida Columbus es un edificio de cinco plantas construido en ladrillos color granate. Su estética se compone de altas ventanas de madera y vidrio, que facilitan el acceso a las escaleras de emergencia, construidas en hierro, que le dan un aspecto de rusticidad y fortaleza. El ingreso al interior del hotel se realiza por una ancha escalera de cinco peldaños que culmina en una puerta doble que se abre a una amplia recepción.

En su interior recibe al pasajero una muchacha que, detrás de un mostrador de material sintético, haces las veces de recepcionista, telefonista y hasta camarera. A su derecha se encuentran los baños y a su izquierda, un pasillo conduce a una pequeña cafetería y en la mitad del mismo, enfrentadas, están las puertas de los dos ascensores que llevan a los pisos superiores.

Es un hotel modesto y limpio que, sin lujos, brinda al viajero todo lo necesario para una confortable estadía. La mayoría de sus visitantes son afroamericanos que se alojan pocos días y generalmente se encuentran en viaje de negocios o trabajo. Son ocasionales los huéspedes que permanecen más de una semana. Esta fue la razón principal por la que el F.B.I. lo seleccionó para ocultar a Rocco, mientras aguarda el día en que será trasladado para prestar declaración. La segunda fue que al estar en medio de una amplia avenida es más fácil vigilar los accesos de entrada al edificio.

Scotta comparte una habitación del segundo piso con uno de los agentes, mientras que otros dos están en la habitación contigua y vigilan alternativamente el movimiento de la calle y el tránsito de pasajeros en el segundo piso.

Todos, el mafioso detenido y los federales, combaten el tedio leyendo, escuchando música o mirando televisión. El grupo pasa los días en una nerviosa vigilia. Los policías, pues saben que en un eventual ataque de los Lucchese exponen su vida y Rocco, por la misma razón.

La avenida Columbus, que une Harlem con Manhattan, canaliza un nutrido tráfico de vehículos y personas. A ambos lados de la calzada coexisten comercios de toda índole. Desde pequeños comedores tanto para los transeúntes ocasionales como para los dependientes que trabajan en la zona, casas de moda o ventas de artículos electrónicos. Al anochecer, cuando el movimiento mengua, los sin hogar, junto a sus carros cargados con las pocas pertenencias que le quedan, más sus raídas frazadas y su fardo de cartones, se preparan para pasar la noche. A este grupo de desterrados se unió el señor Fisher, muy bien caracterizado, con pelo largo y barba rojiza y un gastado sobretodo. Llevaba su cara y sus manos tiznadas, para dar la apariencia de suciedad y abandono. Una precaución especial que tomó para alejar a cualquiera que quisiera entablar conversación. Se ubicó en la vereda de enfrente, bien en dirección a la entrada principal y miraba continuamente la ventana, que está por encima de ésta, para ver cómo se movían sus ocupantes. Así pasó toda la noche, alerta y vigilante. Solo tuvo un incidente a altas horas de la noche cuando una pandilla que se entretenía importunando a los vagabundos que dormían en la vereda, tapados con periódicos y mantas sucias, intentó atacarlo. No necesitó recurrir a la violencia, le bastó exhibir su pistola con silenciador para hacerlos huir. Salvo ese altercado, estuvo tranquilo hasta el amanecer, momento en que se retiró.

A la mañana siguiente, cuando el sol del mediodía caía riguroso sobre la calle, un hombre vestido como operario de alguna empresa automotriz, que portaba un bolso de manos, se registró en el Hamilton. Rentó una habitación por una semana, pagó en efectivo y tomó el ascensor de la derecha del pasillo. Fisher se alojó en un modesto cuarto del tercer piso. Acondicionó prolijamente todos los elementos que había transportado en su bolso y que serían los que utilizaría para concluir el trabajo. Las siguientes cuarenta y ocho horas las dedicó a estudiar los movimientos de los ocupantes del segundo piso.

Con la paciencia de un cazador al acecho se ocupó de verificar una y otra vez los horarios de las comidas, los cambios de turnos, las salidas, esporádicas de los agentes para distenderse dando un paseo por la avenida y los servicios de limpieza. Advirtió que la cena era entregada en el cuarto y era llevada por un camarero quien la recogía de la cocina pues se la dejaban preparada. A esas horas esas dependencias estaban desiertas. Este detalle le permitió elaborar su plan de ataque. Estaba confiado. Conocía de memoria la rutinaria vida de los agentes y su prisionero.

Una vez que tuvo memorizado todo, incluyendo los movimientos de los empleados que frecuentaban los cincos pisos del hotel, decidió que era hora de actuar.

Con pasmosa tranquilidad, disfrutando en el espejo, el proceso de transformarse en el camarero que llevaría la cena a los federales, fue alterando su aspecto y solazándose del placer que la inminente matanza le proporcionaría y, tal vez, el de algún bocadillo que pudiera ingerir.

Diez minutos antes de las veinte horas, portando una bandeja de camarero y vistiendo chaquetilla y pantalón idénticos a los de los dependientes masculinos, bajó hacia la cocina. Coincidió en el vestuario con el mozo de turno a quién puso fuera de combate con un certero golpe en el mentón. Lo amarró y amordazó, ocultando al desvanecido muchacho en uno de los casilleros de artículos de limpieza.

Con su bandeja de metal ingresó a la cocina, retiro lo ordenado por los agentes y tomó el ascensor. Mientras ascendía, puso su pistola con silenciador en la palma de la mano derecha, sobre esta colocó la bandeja y una vez que el ascensor se detuvo, salió al pasillo.

Con los nudillos golpeó la puerta del cuarto en dónde estaban Scotta y su custodio. Le franquearon el acceso al ver que se trataba de la cena. Ingresó. Con la mano izquierda tomó la bandeja y con la derecha disparó la pistola derribando al agente e hiriendo a Scotta en la zona de la clavícula izquierda, quien por la fuerza del impacto cayó pesadamente contra la pared que da a la avenida.

Guardó el arma. Miró a Scotta que había quedado atontado por el disparo y el golpe de su cabeza contra la mampostería. Rápidamente le tapó la boca con cinta plástica. Extrajo de su bolsillo una navaja. Fue rápido e implacable. De dos cortes precisos le cercenó ambas orejas y luego, con sadismo, cortó una porción de una de las mejillas del testigo arrepentido. Del bolsillo trasero de su pantalón sacó un pote que contenía mayonesa elaborada con aceite de oliva, vinagre, mostaza, pimienta y limón, es decir, el acompañamiento ideal para el Carpaccio. Luego le disparó.

No llegó a probar su tan ansiado bocado. El agente, gravemente herido, aun tuvo fuerzas para descerrajarle una bala en la nuca. El personal de la limpieza, a la mañana siguiente encontró tres cadáveres en el cuarto del segundo piso.


Un tiempo después, Mancuso retornó a sus salidas habituales. Como era de esperar volvió a sus veladas en el Dempsey.

John no se sorprendió al verlo. Posiblemente había imaginado cual sería el desenlace de la historia cuando, aquella noche, ingresó el señor Fisher al club. En ese momento, sin saber aún de que se trataba, tomó una decisión. Si las cosas ocurrían como habitualmente sucedía cuando aquel siniestro individuo aparecía, él modificaría el menú del Dempsey.

Al advertir la llegada de Mancuso, le dijo a Fat Baby:
—Oye, Fat, dile a los chicos de la cocina que, desde esta noche, ya no servimos Carpaccio.
Lo que John todavía no sabía era que, desde hacía unos días, el mundo era un lugar mejor.

Héctor Vico.

Le deuxième souffle. Jean-Pierre Melville. 1966.

También conocida como «Hasta el último aliento», el director avisa al principio de la película de su posicionamiento moral como si de un juramento hipocrático de creadores se tratase, recordando los tiempos del código Hays donde determinadas licencias creativas no estaban permitidas o debían ser suficientemente aclaradas para evitar malentendidos. Como si el arte cinematográfico fuera algo más que eso, arte.

Éste es el aviso:

Le deuxième souffle de Jean-Pierre Melville. Cine negro donde los franceses ya dejaban claro que los métodos de investigación policial que veíamos en el film no tenían nada que ver con los que utilizaba la policía francesa.

Gustave Minda (Lino Ventura) acaba de escapar de prisión. Se dirige a París para reunirse con sus compinches cuando se desata una guerra entre bandas de atracadores en la que se ve envuelto. Debe salir del país porque además le persigue el inspector Blot (Paul Meurisse), pero antes necesita dar un último golpe para conseguir dinero. Contará con la inestimable ayuda de Manouche (Christine Fabréga).

Dirigida por Jean-Pierre Melville, está realizada siguiendo los más estrictos cánones del polar francés, serio e incluso frío, sin ostentaciones, de gran carga emotiva , sin héroes ni finales felices en una época, los sesenta, donde se producía la revolución cinematográfica de la Nouvelle Vague, que por otra parte no dejó de hacer sus incursiones en el noir como con La novia vestía de negro (La mariee était en noir, 1967) y Accidente sin huella (Que la bête meure, 1969) de Truffaut y Chabrol respectivamente, pero con planteamientos diferentes.

Basada en la novela homónima de José Giovanni, quien además de contribuir con ésta y otras novelas al género negro francés (Le Trou, Classe tous risques, L’Excommunié) también fue un destacado guionista y director de cine con películas fundamentales como El clan de los marselleses o Dos hombres en la ciudad.

Por último recordar que se realizó un remake también francés del año 2007, dirigido por Alain Corneau e interpretado por Daniel Auteuil y Monica Bellucci.

LA PELÍCULA COMPLETA LA PODÉIS DISFRUTAR LIBREMENTE EN YOUTUBE. Después os he puesto un enlace para descargar el archivo con los subtítulos en castellano. Comprobados. A disfrutarla.

Aquí tenéis los SUBTÍTULOS

Gomorra y el tiempo. Serie. 2014-2019.

Gomorra es la sucesión. Otra manera de llamar al paso del tiempo.

Conclusión que he sacado tras pasar treinta y seis horas con la familia Savastano en esta histórica serie nacida del proscrito Saviano. Es el transcurso de la vida, en este caso especial por marginal, traicionera, cruel, violenta y demás tópicos aplicables a la existencia cuando la mafia toma las riendas. Sucede aquí y ahora, pero esa vida viene de algún sitio y se dirige hacia otro. La incógnita de sus detalles es lo que la hace interesante. El nombre es apropiado si con Gomorra se hace una analogía con la ciudad del antiguo testamento que fue destruida por la gravedad de sus pecados. Nápoles.

Es la historia de una manada, felina o humana que más da, donde el rey cae, se levanta, vuelve a caer, donde al final aspirantes nuevos se imponen en la cúspide y pagan asimismo el precio de intrigas y traiciones como lo hizo su antecesor. En este caso la historia se repite. Los tiempos se repiten al mismo tiempo que se abren paso, cambia para que nada cambie.

“Tenemos reglas, un código de respeto y él lo ha inflingido. Si no fuera yo, ya estaría muerto y no quiero hacerlo. Pero me merezco un resarcimiento. Si no, significa que lo que ha dicho el Nano lo pensáis todos y esto ya no sería una alianza, sino un lugar para escupir mierda sobre los demás. Y a mí eso no me interesa. Me marcho.”

Alianzas que cambian mientras van sembrando cadáveres. Quien antes era Ciro, ahora es Don Ciro. Quien antes era Don Pietro ahora es un Savastano de mierda. Pero no necesariamente para siempre. El tiempo no se detiene, el cambio en su propia esencia.

Hay detractores y defensores de las series frente al cine, para mí es una cuestión de duración. Cuando tienes una producción de treinta y seis horas, irresistible para según que frikis, las tramas profundizan más y alcanzan rincones donde un largometraje de hora y media nunca podría llegar. Permite expresarse mejor, matizar más, reflexionar sobre sentimientos y acciones, intimar con nuestros personajes. A veces, y este caso es uno de ellos, llegamos a una relación intensa con los principales, a meternos en sus cerebros y sus corazones de una forma que una película tiene mucho más complicado.

Ciro y Genny son los dos personajes que muestran esta potencia durante la incursión en el precipicio de la Camorra napolitana. Es la historia permanente de la creación y la destrucción. Nuevamente el tiempo. El camino desde las antiguas maneras, donde un Don respetado, elegante y omnipotente evoluciona hacia nuevos tiempos, más descarnados, más prácticos que se despojan de la sentimentalidad del antiguo régimen, pero no de su crueldad. Donde hasta la lealtad sucumbe a los nuevos tiempos.

Me he cansado de estar solo en el infierno.

Cuando se llega al final, tal y como me ocurrió con Breaking Bad, te quedas con la conocida sensación de vacío, de dejar amigos en un lugar que fue tu casa por muy violenta y cruel que fuera. Gomorra es grande, como el tiempo.

Giri-Haji. Serie. 2019.

No somos malos, solo hemos hecho cosas malas.

GIRI-HAJI tiene como argumento el viaje de un policía japonés al Londres actual a realizar un curso con finalidades ocultas y ramificaciones personales y policiales. Un policía japonés en el que no reconocemos la tradicional honorabilidad nipona, Sencillo y relajado en cuanto a derechos y deberes, de principios. Eso sí, por una causa justa como es la conveniencia.

Una innovación en cuanto al tipo de personajes, un don policía japonés, una mafia británica excesivamente preocupada de postureos, una doña policía británica con cuentas profesionales pendientes, un prostituto gay de ancho corazón y estrechas miras y una adolescente hija japonesa rebelde con el mundo entero por descubrir, una pesada carga paternal en medio del asunto donde está implicada la yakuza y su hermano para completar un panorama poco halagüeño pero diverso. Personajes con orígenes poco explorados en el mundo actual que tiene todo tipo de mezclas sociales, raciales, económicas y/o sexuales. Aunque no sé si esta afirmación es quizás más producto de estar cansado de reiteraciones de tipologías, situaciones y planteamientos muy trillados, que de una verdadera renovación de nuestras historias oscuras e ilícitas. Te empachas y cualquier novedad siempre es bien recibida, por pequeña que sea.

Las intenciones no es que sean atrevidas o audaces, seguimos hablando de los mismos temas eternos, los que en realidad cuentan en las historias, amistad, fraternidad, fidelidad, moral, principios que tanto han dado de sí y tienen que dar.

Sociológicamente, Giri-Haji da para tener tema de conversación sobre las relaciones familiares del Japón actual, de la integración de la mujer en la policía británica, juventud y sus hábitos, de la pervivencia de la Yakuza como forma de la mafia y hasta donde llegan sus brazos en economía y política. Etecé, etecé.

Pero al margen de análisis superfluos y yendo al puro entretenimiento, ¿Qué predeciríais al tener en vuestras manos a un correcto policía japonés en busca de su hermano, que pertenece a la Yakuza, con una hija adolescente por medio y contando con la ayuda de un prostituto gay y una desarraigada joven policía británica? Las posibilidades pueden ser interminables.

Se agradecen nuevos argumentos y sugerencias, novedades. De Sister Pictures los productores de la gran Chernobyl. Un punto a favor. La tienes en Netflix. Ocho capítulos.

Brigada criminal. Ignacio F. Iquino. 1950.

Muchas cosas se han hablado ya de Brigada Criminal. Que si es una pionera del género criminal en España junto a Apartado de correos 1001. Que si fue nacimiento del cine negro barcelonés. Que si fue la catapulta de la productora IFI (Ignacio Ferrés Iquino que también es el director de esta cinta) para convertirse en el referente de la producción criminal y cinematográfica en general en este país durante la década de los cincuenta.

Es verdad, no se puede negar. IFI se convirtió en modelo de lo que se haría durante la década dentro del género. Cambió las maneras de hacer de años anteriores. Modernizó estéticamente, a la manera del norteamericano, pero al mismo tiempo encubría lo que el cine negro norteamericano proponía a los espectadores y que el español no podía permitirse. La salvaguarda de la conciencia nacional de postguerra. Nada de corrupción policial, nada de medias tintas, nada de crítica social.

Con brigada criminal se iniciaron nuevas maneras de utilizar la cámara, más documentalista, más exterior, más realista, utilizando como hacían otros esas luces y sombras que tanto apreciamos en Raoul Walsh o el mismo Orson Welles. Además se basa en sucesos de la actualidad periodística, pero solamente era una pura (o puta) manifestación estética. Un intento de asimilar los cánones únicamente formales del exterior y quien se atrevió a ver símiles con el neorrealismo italiano y con la veracidad. Cosas de estómagos agradecidos. El hábito no hace al monje. Para mí lo realmente importante de ese negro, noir o criminal, como queramos llamarlo, era la crítica de ese ámbito social en el que vivimos, que se nos muestre en su real dimensión.

Fernando, José Suárez, sale de la Escuela Superior de Policía de Madrid como agente de policía. Mientras se encuentra en un banco unos atracadores entran y perpetran un robo. Solicita encargarse del caso, pero sus superiores deciden que es demasiado pronto y le encargan el robo cometido en un garaje donde debe infiltrarse para capturar a la banda. Con un argumento convencional e ingenuo, la importancia del fin radica principalmente en su ideología, declarada en el primer fotograma:

Estas alabanzas eran habituales en el cine criminal de IFI. Y según Román Gubern, es «la primera apología abierta del cine español en honor de este cuerpo policial».

En seis películas del género de IFI (produjo veintitrés en la década) los policías son protagonistas. Intentó conseguir, con presupuestos bajos, algo de acción y espectacularidad, para mostrarnos las interioridades de un trabajo policial arquetípico e ideal que fue progresando con los años y profundizando en aspectos más humanos y psicológicos.

Pero parece ser que no fue todo objeto de una planificación concienzuda, muchos factores que hicieron posible la película fueron fruto del azar. Iquino declaró que la película «nació con la idea de darle trabajo a José Suárez que tenía contratado por algún tiempo. Quería convertirle en galán». Además, en vez de rodarse en Barcelona se hizo en Madrid y sus alabanzas hacia el estamento policial parecen ser que perseguían sobre todo conseguir buenas calificaciones de la censura lo cual, dado el sistema imperante, le permitiría acceder a más y mejores financiaciones y subvenciones. Era lo que había.

Lo peor de la película es su dependencia del mensaje que no permite extraer todo el potencial que tiene el argumento. Sin intentar disculpar ni tampoco criticar fue un extraño producto con una vanguardia estética dentro del cine español acompañada al mismo tiempo de un conservadurismo ideológico propio del periodo histórico en el que se produjo.

Los golfos. Carlos Saura. 1961.

cartel de la película

Que llegue un director como Carlos Saura a un blog de género negro no es muy común. Su gran trayectoria no está basada en él, lo que no significa que no hiciera sus incursiones. Los golfos es una prueba de ello, además fue su primer largometraje.

Teniendo en cuenta la época y las circunstancias en que se rodó la película, la dictadura del tio Paco, tiene una intrahistoria particular.  Dos veces fue devuelto el guion por la censura con más tachaduras que páginas tenía, por lo que Saura y Pere Portabella, productor, optaron por rodar las escenas eliminadas y presentar la película a Cannes, donde fue seleccionada y optó al premio a Mejor película, por lo que si bien se estrenó posteriormente en España siguiendo las directrices de la censura, el público extranjero y, una vez acabada la dictadura, el español pudieron disfrutar de ellas. Un acierto.

1960

En cuanto a la temática, la delincuencia juvenil, no se le había prestado mucha atención por parte de productoras y directores salvo alguna excepción, como Día tras día de Antonio del Amo (1951) que la aprovecharon para dar a la población una lección de moralidad y donde el arrepentimiento y la culpa eran los verdaderos temas bajo el prisma de la Iglesia.

Sin embargo, Carlos Saura con Los golfos, dio un paso adelante convirtiendo la cinta en un ejercicio de realismo crítico y social y olvidándose del realismo costumbrista practicado hasta el momento. Desde el primer minuto avisa «Esta película se ha realizado completamente en escenarios naturales» y éstos eran los barrios periféricos que absorbían los migrantes rurales y que se convertirían posteriormente en los barrios de El Vaquilla o el Torete.

Escenarios naturales de la película.

Para ello huye de compasiones y condescendencias, manteniendo la distancia de unos personajes interpretados por actores debutantes, a excepción de Manolo Zarzo, que aumentaba el realismo. Pero les daba lo que se les había negado hasta el momento, la dignidad humana, los medios para conseguir los fines podían ser canallas pero éstos eran generosos y bienintencionados, ayudar a un amigo a salir de la miseria. Quizá la única oportunidad. Hay cierta comprensión hacia sus actitudes.

Julián, Ramón, Juan, el Chato, Paco y Manolo son unos amigos del barrio que se dedican a pequeños hurtos en el mercado de Legazpi con el que ganarse algún dinerillo. Se presenta la oportunidad de que uno de ellos pueda llegar a ser torero con lo que todos urdirán un plan para recoger el dinero necesario para que pueda debutar, un plan poco honesto.

Así que nada de otra película franquista para entretener al personal y al mismo tiempo perpetuar ideologías. Con toros, un espectáculo al que se recurre habitualmente y una de los pocas oportunidades de abandonar la miseria en esa época. Pero en este caso sin cuento de hadas de final feliz.

Puedes verla aquí.

Detectives bajo el franquismo en el cine español.

El franquismo contra la figura del detective.

Marlowe interpretado por Bogart

El detective ha sido un pilar básico en el cine negro. En Estados Unidos la profusión de su figura llevó a crear verdaderos mitos como Spade o Marlowe. Sin embargo, en una España recién salida de la guerra civil, y con una censura franquista encargada de velar por la senda ideológica elegida para el pueblo español, el detective no era un personaje ni útil ni bien visto.

Esta incompatibilidad de la dictadura con el personaje se produce por varios motivos ideológicos.

En primer lugar, su misma existencia ponía de manifiesto cierta incompetencia de la policía, era inadmisible que la población tuviera que recurrir a un detective porque aquélla fuera incapaz de resolver un asunto en cuestión. Ni mentamos la posibilidad de corrupción.

Fotograma inicial de la película Brigada Criminal de Ignacio F. Iquino. 1950

Para justificar sus actuaciones el detective necesitaba indagar en el entramado social en el que se movía realizando, a veces sin pretenderlo, una crítica social de su entorno únicamente con mostrarlo, máxime si lo hacía a través de los ojos de ciudadanos o incluso de los delincuentes, aspecto tampoco muy agradable a ojos de la censura, que debía impulsar el «todo está bien» y el «aquí no pasa nada».

Tampoco se podía consentir fomentar un tipo social que se basaba en la ambigüedad, en cierta marginalidad. Típicos son los casos en los que el investigador desconfiaba de su cliente, que a su vez recurría a sus servicios porque tenía algo que ocultar, contando verdades a medias, y persiguiendo fines poco elogiables cuanto no directamente delictivos siempre al margen de las autoridades.

A menudo los rompecabezas a los que se enfrentaba el detective acababan convirtiéndose en problemas morales, lo que provocaba que se situara del lado de los marginados y más débiles en contraposición a los poderosos y adoptando posturas éticas muy particulares desacreditando a la autoridad y la justicia.

 Todo ello hizo que el personaje del detective/investigador, hasta en su vertiente más trivial fuera en nuestro cine residual y eludida.

Pero aún así se consiguió llevar adelante alguna película basada en su figura, despojándolas primero de las cualidades que hacían interesante al tipo de la gabardina y whisky en la mano. El resultado fue tan opuesto al arquetipo que clasificarlas como de cine negro o policial sería un tanto ofensivo para el resto del género. Yo creo que se sería mejor incluirlas en las listas de comedias.

Os quería hablar de tres películas en particular. La lupa de 1955, Detective con faldas, de 1962, y Crimen imperfecto, ya en 1970 al final de la dictadura. La primera dirigida por Luis Lucía, la segunda por Ricardo Núñez, y la tercera dirigida y protagonizada por Fernando Fernán Gómez.

La lupa, cuenta las peripecias de dos desgraciados que abren una agencia de investigación pensando en forrarse. Es una sucesión de casos independientes con finalidad moralista y humor blanco. En esencia trata de preservar la moral: el marido infiel en realidad no lo es, el cazadotes en realidad está enamorado y el malvado empresario tiene, en contra de las apariencias, un buen corazón.

Crimen imperfecto, cuenta la historia de Salomón (Fernando Fernán Gómez) y Torcuato (José Luis López Vázquez) que heredan del tío de uno de ellos una agencia de detectives encargada de asuntos prematrimoniales. Un asesinato, o lo que parece serlo, y su intento de esclarecimiento es el argumento de una película inmersa en la España desarrollista de los sesenta utilizando el sitecom como modus operandi y la minifalda como obsesión del españolito. Nada de cine negro, comedia de situación donde los protagonistas se ven abocados a resolver acontecimientos que les vienen grandes. Habrá quien quiera ver algo en ella pero no deja de ser el tipo de película que le ha dado mala fama a nuestro cine y que tanto cuesta de eliminar.

Por último, Detective con faldas se basa en la figura del escritor metido a detective. Es un espécimen un tanto raro, rodada en París y protagonizada por una gran Mary Santpere muy comedida en el papel de escritora de novela negra al estilo de una Miss Marple pero extrovertida y atrevida que se encargará de resolver un asesinato en que se encuentran implicados tanto su hija como su yerno. Adjudicar este papel a una mujer es uno de los aspectos destacados de la película. Quizás por ello la cinta hubo de rodarse en París, detective y mujer era demasiado para situarla en cualquier lugar de España.

Es la única película de las tres basada en una novela «Napoleón llega en el Clipper» de Luisa María Linares, escritora asociada principalmente a la novela romántica.

Y que además se puede ver libremente en youtube.

Una figura tan icónica, la del detective, que nos fue privada en el cine español por la censura de la dictadura franquista, como de tantas otras cosas.

El asesino de Düsseldorf. Robert Hossein. 1965.

Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Pero como ocurre muchas más veces hallada la excepción. El asesino de Düsseldorf está basada en la historia real de Peter Kürten, que se ganó la fama de «vampiro» al afirmar durante su juicio que había bebido la sangre de unas de sus víctimas. Leyendas.

Iba a contaros el argumento y las delicias de esta película, pero consultando la historia real de este serial killer me ha fascinado tanto su crueldad que me desvié sin querer hacia su historia real primero y después hacia como la contaron dos películas, que basadas en sus atrocidades, han pasado a la historia del cine. La realidad supera la ficción. Su figura eclipsa a las historias que se contaron sobre él.

Peter Kürten

Se trata de un asesino en serie de niñas, Peter Kürten, que actuó en 1930 y que llegó a enviar a un periódico local el mapa de la tumba de una de sus víctimas. Estos asesinatos hicieron que la ciudad de Düsseldorf viviera en un continuo estado de histeria. Nadie se atrevía a caminar solo por las calles de la ciudad.

Pero volviendo al cine, las dos películas que relataron sus fechorías fueron: M, el vampiro de Düsseldorf, la primera que hablaba de él, dirigida por Fritz Lang en 1931, la más fiel en cuanto al tipo de crímenes que cometió sobre niñas. Pero de igual manera es la que más se aleja de su verdadero final. Haremos un poco de spoiler.

Mientras que en la película M, el vampiro de Düsseldorf, éste es sometido a un juicio popular, popular en el sentido de un juicio sumario sin juez y con la mano diabólica de los ciudadanos como ejecutores y casi coetánea con el caso real, en El asesino de Düsseldorf, la película que nos ocupa, se ajusta más a su final, su detención, juicio y condena al aguillotinamiento producido en 1931, pero solamente lo sabemos al final de la cinta. Hossein presenta a Kürten como asesino de mujeres en la vida nocturna de esta ciudad alemana, sin niñas, al mismo tiempo que la singulariza en un momento histórico particular, el de la desestructuración de Alemania tras la primera guerra mundial y el auge del poder nazi de los años treinta. En ambas lo realmente importante es retratar su personalidad de este macabro asesino.

La historia real es imprescindible a la hora de visionar ambas cintas, que comparten muchas cosas en común, el ambiente siniestro, nocturno de premeditación y alevosía. Y sobre todo el comportamiento de sus protagonistas. Peter Lorre en M y Robert Hossein en El asesino de Düssedorf. Ambos personajes están dotados de un barniz perverso y maligno a través de sus miradas (la de Lorre es inmejorable) pero que Robert Hossein, que también es el director de El asesino, mejora muy notablemente sin contar con los ojos expresivos de Lorre.

Configurando un personaje a través de caídas de ojos y posturas corporales, sus diálogos son escasos y escuetos, transmite una desconfianza que pocos más habrán conseguido. Adoptando posiciones del cine mudo heredadas sin duda de Keaton y Chaplin consigue comunicar el desequilibrio que se encuentra en lo más profundo de su alma. En esta escena se muestra exactamente lo que quiero decir:

Excesivamente inquietante y perturbadora cada vez que él aparece en pantalla nos sobrecoge una sensación de desamparo y maldad a través de una impasibilidad que pocas veces se consigue en la gran pantalla.

Os recomiendo las dos películas, pero sin duda no os perdáis El asesino de Düsseldorf, dirigida e interpretada por Robert Hossein. La segunda parte, veinticinco años después es mejor que la primera.


En nombre de la ley. In nome della legge. Pietro Germi. 1949.

Siempre se ha hablado de El Padrino como el paradigma de la mafia, Pero en cuanto a pioneros en el tema, al igual que ocurre en la novela, está muy alejada de serlo.

En novela yo recuerdo la aridez de las novelas de Sciascia y la vida austera de sus pueblos , y en el cine nos encontramos como películas como ésta, de Pietro Germi rodada en 1949 en pleno neorrealismo italiano y con la temática de la primigenia mafia como eje central.

Aquí no se nos pone en bandeja la crueldad de los Corleone y su infiltración en la corrupta sociedad de los setenta. Viajamos a los cuarenta donde la ruralización de la sociedad italiana y sus necesidades de unión propiciaron una mafia pobre, agreste y hermética que intentaba imponer justicia en su entorno, donde era lenta y extraña.

Según las sinopsis que circula por internet, En nombre de la ley trata de «Un joven juez es enviado al pequeño pueblo siciliano de Capodarso que vive en un estado permanente de inseguridad. Sin embargo, pronto tropezará con la corrupción y la falta de colaboración por parte de los vecinos».

El joven juez, Guido Schivavi, que recala en el pueblo, un sitio al que nadie quiere ir y que ya es advertido por el anterior juez, que mientras coge el primer tren con destino a otra parte, le apremia por su propio bien a que se vaya de Capodarso en cuanto pueda. Pero lo importante no es la lucha sino esa sociedad tan cerrada, donde la gente está acostumbrada a formas de vivir y organizarse arcaicas donde de pocas formas puede uno asegurar una subsistencia difícil y donde buscar un cambio puede tener nefastas consecuencias.

Passalacqua impone la manera de funcionar de este mísero pueblo, es él quien asume el mando sin que nadie se lo haya dado y a pesar de presentárnoslo absolutista y autoritario, intenta ser lo más justo posible desvelando una cierta justificación. Su poder se encuentra por encima incluso del del terrateniente, que únicao deseo es conservar sus rentas. El asesinato de un vecino y el intento tanto por parte del juez y de Passalacqua de solucionarse según sus propias reglas es lo que fundamenta el desarrollo de la película.

Al final, reinará la paz, pero antes ambos deberán ajustar cuentas y demostrar que realmente están por desvelar la verdad. La verdad y la justicia que todos buscas. Cada uno a su manera.

Está basada en la novela Piccola pretura, primera de Giuseppe Guido Lo Schiavo, magistrado que se inspiró para escribirla en sus propias experiencias en el pueblo de Barrafranca, en el interior de Sicilia. Un planteamiento de la mafia muy distinto a la imagen que expusieron otras muchas películas posteriores.

PIETRO GERMI

Dirigida por Pietro Germi, actor y director con otros títulos italianos de género realista y negro como Un maledetto imbroglio de 1959 que dirigió y protagonizó. Además cuenta como guionistas a otros grandes directores como Mario Monicelli y el gran Fellini además del mismo Germi.

Las diabólicas. H. G. Clouzot. 1955.

Hay que ver de lo que son capaces un par de mujeres. Aunque una de ella se derrumbe la otra la levanta. Siempre se superan los inconvenientes. Me extrañaba que esto fuera todo.

Es difícil hablar de esta película sin desvelar la trama. No se puede sin mencionar un hecho crucial que vuelca completamente la historia. Pero ocurre al final, con lo cual tampoco tengo claro de que va, así que aprovecho para disfrutar de dos grandes temas. Comienza siendo una venganza, de Christina y Nicole por la ruindad de Michel, marido de la primera y amante de la segunda. Sin secretos entre ellos.

Todo sucede en el colegio que el matrimonio dirige y donde Nicole ejerce como profesora. Un internado de niños bien, aunque se note bien poco. El ambiente un tanto asfixiante acompaña genialmente el complot de ellas. Y con pocos dramatismos, estilo francés, excepto el de Christina, una venezolana católica que tiene el miedo por bandera y que además padece del corazón. Corazón del que carece su marido Michel.

Exteriores por el oeste francés, ambientes húmedos y nublados, interiores en habitaciones pequeñas, a veces asfixiantes donde todo sucede y todo cambia.

Cambia a la venganza por la traición, el otro tema central, aunque la disfrutemos únicamente los últimos minutos. Utilícese libremente al prójimo después de haberse adueñado de su confianza. Justificado como amor, como tantas otras veces.

Y aquí entra el detective Fichet, un sabueso olfateador, le vendría que ni pintado el adjetivo de huelebraguetas, precursor quizás de la imagen desaliñada de Colombo, y que con un par de averiguaciones y de manera caricaturesca soluciona la confabulación en la ultima escena. Un gran secundario, quizás un poco parodia del personaje.

Con las actrices Simone Signoret, Vera Clouzot, y Paul Meurisse, Clouzot, en la buena tradición francesa, se centra en la psicología de los personajes y nos cuenta una historia en la que participamos como creyentes.

Las diabólicas, donde la confianza se transforma en traición. Un #noir francés clásico de H. G. Clouzot. Con Simone Signoret, Véra Clouzot y Paul Meurisse.

Basada en una novela de Boileau-Narcejac, los mismos que escribieron «Entre los muertos», que rodó Hitchcock como Vértigo es nuevamente un fotograma de la historia del cine.

Barrio. Ladislao Vajda. 1947.

Una interesante mezcla de cine policial más social. Ladislao Vajda no era un director que se prodigara mucho en el género negro, si exceptuamos la genial El cebo que rodaría once años después que Barrio.

Siempre se ha resaltado la gran influencia del expresionismo alemán y de Fritz Lang en su cine, esta película es un claro ejemplo con planos muy buscados, expresivos y una utilización de la luz que consigue que sean las sombras las que hablen y generen la atmósfera y estética que hicieron célebre el género.

En un mísero barrio se produce el asesinato de un vecino cobrador de facturas, desde el primer momento se sospecha del chulito del barrio (el Señorito) y de su novia, la cabaretera portuguesa (Ninon) sometida a sus influjos y de la que está enamorado don César uno de los más respetados y bien situados vecinos del barrio. Para descubrir al culpable se cuenta con el comisario Castro, listo como una zorra y al mismo tiempo con un corazón de oro. Exigencias del guión.

Jugando con la censura. Barrio, #cinenegro español de Ladislao Vajda . 1947.

En cuanto a la trama, no olvidemos que nos encontramos en poca franquista, donde no se podía tolerar que determinadas actitudes e ideas se difundieran libremente. La policía debía de mostrarse como inteligente, implacable y honrada, y el delincuente debía recibir su castigo. Quizá para exorcizar la censura, Vajda incluyó alguna escena que, personalmente, creo que podría haberse ahorrado, pero que al mismo tiempo pone de manifiesto una mentalidad bastante común o se intentaba que fuera común en la postguerra civil, culpabilizar al pobre por el mero hecho de serlo:

Sin embargo, Vajda, al igual que harían otros directores de la época daban a la censura con una mano lo que le quitaban con la otra. Así aprovechó para mostrar la pobreza o más bien miseria en que se encontraba la población tras la guerra civil. Para ello utiliza el barrio, al que describe con toda su crudeza. Me puedo imaginar la trama perfectamente entre decorados de ambiente lujoso hollywoodiense, pero es aquí donde la historia es más efectiva.

Entre el elenco podemos encontrar a Manolo Morán, que interpreta al comisario Castro al que el papel, dada su campechanía y locuacidad, le viene que ni pintado. Le acompañan además de Milú, Guillermo Marín y Fernando Nogueras, como Don César y el Señorito respectivamente.

También encontramos en el reparto a actrices que pasarían a la historia del cine y el teatro como las hermanas Caba Alba (Irene y Julia) e Irene Gutiérrez Caba, hija y sobrina de las anteriores, pertenecientes a una saga de actores que llega hasta nuestros días.

Otro pequeño fotograma de la historia del cine.

Los asesinos. Elia Kazan. 1972.

No podía menos que dedicarle una pequeña entrada a esta estupenda novela del conocido principalmente por su trabajo cinematográfico Elia Kazan.

Al principio tenía mis reticencias. Un autor acusado de colaboracionista con el macartismo. Esperaba una defensa a ultranza del american way of life con los intereses ultraliberales como motivación escondida tras su genial obra. Se me fundieron los plomos.

No sé si con esta novela pretendía limpiar su conciencia, después de verse acusado por parte de la gente del cine. Su película La ley del silencio en que intentó relacionar al sindicato de obreros portuarios con la mafia cuando no tenían nada que ver con ella era una muestra, cuando en realidad estaban conectados con ideologías comunistas. Una espinita.

Con esta novela, Los asesinos, denuncia los prejuicios de la sociedad norteamericana, más en concreto los privilegios que disfrutan los potentados, en este caso el estamento militar de los EE.UU.

ELIA KAZAN

La historia se inicia con el asesinato, irrebatible, de un hippie de finales de los sesenta por parte de un sargento de la Fuerza Aérea en el estado de Nuevo México. Se transforma en una pugna de las fuerzas vivas, abogados, fiscales, militares y dirigentes políticos, a través del juicio al acusado, mexicano para más información, al que intentan salvar de una condena segura reivindicando para ello justificaciones de índole ideológico. ¿Un juicio al criminal o a aquello que representa? Se tambalean principios.

En el fondo es cómo conseguir hacer prevalecer un modo de vida sobre las ideas de justicia de la que se jactan de representar. Y de los muros que se interponen para ello. Un juicio a una sociedad.

Así disfrutaremos de escenas en que los distintos protagonistas aprovechan para emitir discursos morales, políticos y actitudes siempre con una gran crítica social sobre la hipocresía de las sociedad americana.

Para hacérnolo mirar.

Soy la venganza de un hombre muerto. Alberto Valle. 2019.

Comenzaré destacando lo que es para mí uno de los mejores aspectos que tiene la novela, su capacidad para contar todos los acontecimientos y episodios como una narrativa personal, utilizando para ello únicamente la primera persona para todos y cada uno de los personajes, varios y variados, con lo que se obtiene al mismo tiempo muchas novelas en una sola, cada personaje cuenta la suya. Pero no limitándose a contar el mismo hecho desde ópticas diferentes, sino a contar como viven ellos mismos los pasajes de la novela en la que intervienen. Imaginad como se puede narrar en primera persona la propia muerte. Excelente.

Hay más. Tres épocas, tres sociedades. Principios de los 50, finales de los 60 y principios de los 80. De manera lineal, nada de continuos flashback yendo y viniendo, simplemente avanzamos de una época a la siguiente, sin volver atrás, cada una más diferente que la anterior, afortunadamente. Partiremos de los tiempos en que la famosa franquista Brigada de Investigación Criminal ejercía en Barcelona, cuyo auténtico comisario jefe Tomás Gil Llamas, que interviene en la novela bajo su propio nombre, elogió en su famoso libro «Brigada Criminal» allá por 1955 y de la que también expuso sus bondades el cine, y que Alberto Valle, el autor, narrando sus métodos violentos, brutales e inhumanos rectifica dejando claro que la bondad y la generosidad no eran precisamente sus principios más destacados. De ahí nos encaminaremos a la época de cambios políticos y culturales de mayo del 68 (al menos en Europa y de la que algo consiguió entrar en España) hasta la verdadera liberación en España, muerto el caudillo, que supusieron los años 80, con todo lo bueno y malo que conllevó. Únicamente una constante a lo largo de la narración, los ricos siguen siendo ricos, poderosos y corruptos, y los pobres, pues eso, pobres y pagapatos. Crítica social.

Los personajes, de todas clases, empresarios y políticos, como no, corruptos, obreros, fregasuelos, prostitutas, funcionarios y secretarias, vagos y maleantes, presidiarios, camareros y gogós, camellos, hippies y yonkis. De buen y mal corazón, inocentes e ignorantes o avispados y ladinos, como la vida misma, una sociedad barcelonesa que ha ido transformándose y albergando los tipos propios del género a lo largo de estas tres décadas.

Alberto Valle

En cuanto a la temática, la venganza, es una de las recurrentes de la novela negra, uno de sus más firmes puntales con la que se han logrado de las mejores historias con las mejores plumas. Viene aderezada con una secreta suplantación de identidad, lo que le da a la narración unos ingredientes espléndidos.

Una apuesta ciertamente innovadora.

Criminal. Serie. 2019

Parece que hemos encontrado nuevos caminos para el género negro en cuanto a series se refiere. Empiezan los guionistas a estrujarse esas brillantes neuronas de las que son poseedores para empezar a hacer evolucionar argumentos y planteamientos.

Los interrogatorios han acostumbrado a ser parte integrantes y muchas veces principales de series policiales. Unos interrogatorios en los que hemos visto muchos tipos, policiales y delincuentes, que se sientan a ambos lados de la mesa. Mesas de comisaria que tendría muchas historias que contar.

Eso es lo que han planteado los productores de Criminal una serie de Netflix cuyo único contenido es ese: los interrogatorios. De sospechosos de los que se intenta que se confiese, a víctimas de las que se intenta que cuenten la verdad y solamente la verdad, de delincuentes confesos a los que se intenta atrapar, a…

¿Y quién lo lleva a cabo? Policías, por supuesto, pero como en todos los lados, de todo hay en la viña del señor, quien se ajusta a legalidades, quien tiene cuentas que cobrar, quien no le importa el medio, únicamente el fin, a…

Pues esta apuesta es eso, diferentes tipos de policías, diferentes tipos de delincuentes, sospechosos o víctimas pero cuyo cada capítulo transcurre única y exclusivamente en la misma comisaria, en la misma sala de interrogatorios, pero con historias diametralmente diferentes.

Más novedades, la serie consta de tres capítulos por cada país, sí por cada país, en el participarán tres casos por Reino Unido, Alemania, Francia y España. Cada uno de ellos rodado por un equipo diferente que comparten la misma comisaria como escenario. De cuarenta y cinco minutos cada capítulo nos ofrece diferentes formas y propuestas con el interrogatorio como eje común.

No encontraremos acción ni violencia, únicamente esos tiras y afloja entre personas que, sometidas a la dictadura de la propia personalidad, irán creando diferentes situaciones psíquicas, anímicas y psicológicas donde la propia palabra y la destreza de utilizarla por cada una de las partes es su modo de empleo y lo que da la esencia a la serie.

En cuanto a la parte que corresponde a España, la inspectora jefa y encargada de los interrogatorios es nada más que Emma Suárez, parte principal, pero acompañada en los tres capítulos que le corresponde por la talla de Eduard Fernández, Carmen Machi o Inma Cuesta, lo que refuerza el interés por verla, y dirigidas por el televisivo Manuel Barroso.

Nuevas formas, nuevos quehaceres, ¿nuevo neo-noir?

La caza. Monteperdido. Serie. 2019.

Y volvemos a la eterna discusión, serie española, ¿bien o mal? Pues como, siempre, según del color con el cristal con que se mire. Aunque sean pocos y mal avenidos.

Una serie de niñas perdidas o secuestradas en un ambiente rural de miradas cortas y perspicaces, de sabiduría y costumbrismo popular, de sociedades cerradas donde queda más expuesto lo peor de cada casa en un lugar donde es complicado esconderse, transcurre esta nueva producción de la primera de la pública TVE.

Recuerdo otra anterior del mismo estilo y que, para mí, fue un desesperante ejercicio de paciencia y esperanza a fin de encontrar la calidad más por deseo que por fe. Fue «Bajo sospecha», con shares entorno al veinte por cien. Éxito mediático en su momento pero que no dio más que para una discreta segunda temporada allá por el 2016. Fue una caída hacia el aburrimiento y el abandono. ¿Estaremos ante lo mismo?

Esto que os cuento podría no ser verdad, ya que cuando escribo esta disertación solamente llevamos consumidas la mitad de los capítulos. ¿Pronto? A veces gusto de imaginar.

Volvemos además de a escenarios conocidos, a personajes que desempeñan los ya habituales papeles de este ambiente oclusivo, el cacique, el obediente, el desesperado, el chulo e incluso el neutro. Con caracteres policiales muy manoseados. Intentan, siempre sin salirse de los cánones aportar cosas nuevas que no lo son tanto, siempre cambios en ligeros matices pero nada de fondo.

Pero he ahí que en el cuarto capítulo se produce un giro en el guión que promete, del que se puede sacar partidos. Ya veremos si se aprovecha la oportunidad. Al menos en mitad de la serie parece que toma nuevos rumbos. Como decía, ya veremos. Quizá lo conviertan en un folletín de desangelados traumas personales donde se abandone la trama policial para mostrarnos lo corroído de las mentes humanas pero sencillas.

Aplausos para Francis Lorenzo en su papel de Santiago, jefe de la Guardia Civil encargado del caso y pilar de la serie y silbidos para el papel que interpreta Megan Montaner, segunda de Santiago y con una mochila mental que la convierte en el objeto depositario de más empatías por desamparo que por fortaleza. Muy visto.

Como decía, ya veremos.

Ficha técnica:

Título original: La caza. Monteperdido.
Año: 2019.
Duración: 70 min.
Dirección: Agustín Martínez (creador), Luis Moya (creador), Salvador García Ruiz, Alvaro Ron.
Guion: Jorge Díaz, Agustín Martínez, Antonio Mercero, Miguel Sáez.
Música: Juanjo Javierre.
Fotografía: Juan Molina, Guillermo Sempere.
Reparto: Megan Montaner, Alain Herández, Francis Lorenzo, David Solans, Pablo Derqui, Ester Expósito, Mar Sodupe, Jordi Sánchez, Bea Segura, Beatriz Carvajal.
Productor: DLO Producciones / Televisión Española (TVE)

Carlo y Malik. Serie. 2018.

Esta vez es una recomendación con sus reservas, positivas para aquellos declarados amantes de Brunetti y Montalbano en su vertiente serial, para los que gustan del reposo de la investigación policial, para aquellos en los que la vida del policía es algo más que el puro trabajo, tan visto en la producción norteamericana.

Es una vertiente, italiana o más bien mediterránea, de policías que se despiden con un «hasta mañana», atendiendo vidas personales después del trabajo, que poseen familia y asuntos domésticos que tratar con el mismo nivel de importancia de los casos delictivos de los que se ocupan.

Carlo y Malik reproducen los cánones de series policiales ya conocidas pero con las novedades impuestas por el devenir de la historia reciente. Así encontramos a Malik, un inmigrante de patera que con nacionalidad italiana adquirida ya forma parte, como muchos otros, de los nuevos cuerpos de policía. Es adjunto de Carlo, un montalbano de antiguo cuño. Nuevas visiones, nuevos pasados, nuevas situaciones.

La estructura de la serie, doce capítulos de cincuenta minutos, es clásica: una caso diferente en cada capítulo combinado con una historia común que enlaza todos ellos y que va desarrollándose conforme avanza la serie. Esta historia común a todos los episodios es la de los protagonistas, tan negra como la que más. Drogas, amantes, caso sin resolver, cargos de conciencia, encubrimiento de culpas.

Además de Carlo y Malik, inspector y subinspector de los casos, se unen el resto de componentes de la comisaria (como al clasicismo): Alba, que además de médico forense de la comisaría es la hija de Carlo; Mario, amigo incondicional del inspector, de su quinta y mano derecha; Marco y Cinzia, personal de apoyo, gente joven, con propia historia personal y conjunta; la capitana Micaela, ya sabemos como se la gastan los comisarios. Todos ellos en conjunto forman el conjunto a quien seguir en la Roma más al sur de Europa que nos podamos imaginar. Un noir mediterráneo e incluso familiar.

Lo dicho, para amantes de serial policial mediterráneo.

Título original: Nero a metà.
Año: 2018.
Duración: 50 min/capítulo.
Dirección: Marco Pontecorvo.
Música: Francesco De Luca, Alessandro Forti.
Reparto: Claudio Amendola, Miguel Gobbo, Fortunato Cerlino, Rosa Diletta Rossi, Alessandro Sperduti, Antonia Liskova, Angela Finocchiaro.
Productora: Cattleya

Italia

A quemarropa. John Boorman. 1967.

La recomendación de esta película no viene porque sí, únicamente por mi deseo de que disfrutéis de un buen film, que lo es. Tiene su rinconcito en la historia del cine por motivos varios, resultando una pieza necesaria para explicar un momento puntual a la hora de considerar nuevas maneras de rodar historias que amplíen horizontes perspectivos.

Película basada en la novela The Hunter de Richard Stark , seudónimo de mi querido Donald E. Westlake, tuvo la suerte de, a pesar de cambiar el nombre de su protagonista Parker, en la novela, por el de Walker, en la película, fue llevada a la pantalla por John Boorman con el título de A quemarropa.

Estas organizaciones criminales no son como las de antaño, un cacique que subordina a la fuerza a sus compinches, sino que ahora son poderosas corporaciones parapetadas tras la legalidad de un empresariado que cuando menos es sospechoso de actividades no muy lícitas, por no decir nada, y que controlan algo más que las tradicionales fuentes de ingresos: drogas y prostitución, para llegar a los ansiados sectores productivos de la sociedad bajo la que deambulamos, tomando el rol de hombres de negocios insertados en estructuras jerarquizadas con políticas de aplicación y control social. Curioso planteamiento nuevamente. El individuo como tal ya no cuenta.

Con los mismos protagonistas que utilizara Donald Siegel en Código del Hampa, rodada en 1964, los grandes Lee Marvin y Angie Dickinson, nos interpretan la traición que sufre Walker por parte de su mujer y su mejor amigo cuando perpetran un atraco. La venganza es el motivo en el que se centra la historia, buscando la reparación y el desagravio, aunque deba enfrentarse a un poderosa organización criminal, jalonando el camino de cadáveres si es preciso, pero nunca ejecutados por él. Nuevamente curioso planteamiento. Las relaciones humanas han sido sustituidas por el poder del dinero.

Cinematográficamente, joder que palabra más larga, nos encontramos con la novedad que aporta esta película, la ruptura del tiempo y del espacio narrativo, utilizando para ello la presencia obsesiva de la cámara con zooms, tomas con teleobjetivos, fondos o primeros planos desenfocados. Se produce una factura formal aplicando un sistema teórico de los llamados «nuevos cines» que intentan renovar el cine americano. Se nos presenta una narración que se encuentra a caballo entre el sueño y la realidad. A quemarropa venía a proponer una nueva manera de abordar los contenidos del género

Boorman utiliza para ello una escritura cinematográfica mucho más libre y antiacadémica, un tratamiento sofisticado, muy Nouvelle Vague, cabeza de lista del cine de la época.

Una película en la que los patrones tradicionales del género tomaron nuevos rumbos.

TÍTULO ORIGINAL: Point Black
AÑO: 1967
DURACIÓN: 92 min.
PAÍS: EE.UU
DIRECTOR: John Boorman
GUIÓN: Alexander Jacobs, David Newhouse (Basado en una novela de Richard Stark, seudónimo de Donald E. Westlake)
MÚSICA: Johnny Mandel
FOTOGRAFÍA: Philip Lathrop
REPARTO: Lee Marvin, Angie Dickinson, Keenan Wynn, John Vernon, Carroll O’Connor, Lloyd Bochner, Michael Strong, Sharon Acker, James B. Sikking.

SINOPSIS: Un hombre es traicionado por su mejor amigo y su esposa cuando recibían en la abandonada prisión de Alcatraz la entrega de una gran cantidad de dinero. Dejándolo herido y dándolo por muerto lo abandonan desangrado en una celda de la famosa penitenciaria. Años después, buscará venganza y su parte del botín; para ello intentará localizar a la pareja en la ciudad de Los Ángeles.

Matadero. Serie. 2019.

Hay veces que no queda más remedio que postrarse ante las series nacionales. Los guionistas alcanzan altas cotas de guión, para eso están aunque pueda parecer un perogrullo, con historias que dejan a un lado pretensiones vacuas y se centran en divertir y evacuar del mundanal ruido a nosotros, aburridos espectadores la mayoría de las veces.

¿Y qué importa si la serie es de aquí o de allá?, y ¿qué importa si se ciñe a la realidad o la supera con creces, o ni siquiera le llega ni a la suela de los zapatos? Matadero es una serie sin complejos, sin intentos de estar a la altura del resto de series que practican el resto de cadenas. Defienden su propia idiosincrasia y consiguen un salto cualitativo, un salto referencial.

El desacato a los cánones del academicismo noir ya se produjo en series de otros países como ocurrió con Get Shorty en el panorama estadounidense y cuyo recorrido se podía intuir en producciones como Breaking Bad donde se recrea la idea de que unos caminos conducen a otros, sin posibilidad de elección y sin remedio de la culpabilidad por mucho que tengamos principios.

Los guionistas de Matadero no pretenden aleccionar, ni mostrarnos ninguna realidad social, únicamente divertirnos. Como no, podríamos tomar referencias, a mí se me ocurre en principio los disparates del Sr. Tarantino, con diferencias en cuanto a la violencia, aunque no tanta, pero si de una manera más ibérica, de ahí su subtítulo «Matadero. Un thriller ibérico». A nadie se le podría ocurrir semejante historia en un ambiente rural español, dedicado a la agricultura, ganadería y pesca, pero se consigue un alto grado de surrealismo, sin estridencias siempre a través de la parodia y siempre que estemos dispuesto a levantar los pies del suelo, que a veces hace falta.

Situaciones límite, absurdas, siempre intentando orientarlas a la verosimilitud pero progresando hacia la cota máxima del paroxismo, la efervescencia, sin que se note y sin que parezca que lo pretenden.

Al final, surge una pregunta, bueno dos: ¿Cómo ciño he llegado hasta aquí? y ¿Qué más puede llegar a ocurrir en este disparate?

Un buen paseo por los límites de la diversión e incluso el onirismo. No pienses, solo disfruta de este genial producto nacional.

Contraté a un asesino a sueldo. Aki Kaurismäki. 1990.

No es que sea solo una cinta noir. La trama le delata. Lo importante, el individuo excedido de vida, de circunstancias. Más allá de ello.

Un director finés, con un actor principal, y casi único, francés. Un Kaurismäki al que se le relaciona con otro cine de historias subabsurdas como las del desclasado Jim Jarmusch o los reputados Jean-Pierre Melville o Robert Brensson. Pero con historias tan internacionales como son la soledad y la tristeza del ciudadano medio mundial.

Tristeza muy apoyada en imágenes y escenarios hieráticos, con muchos silencios y pocos diálogos, pero que no paraliza la historia, la deja transcurrir, aunque a veces de manera muy dura. Un humor hiriente, de golpe bajo, negro según afinidades, pero humor al fin y al cabo a través de parodias en un medio poco propicio para ello pero con un gran resultado.

Los escenarios tan de todo a cien como es posible, como es real. Vistas a paredes de ladrillo, a chimeneas humeantes y viviendas desprovistas de humanidad, latas de comida como principal medio de subsistencia. A la realidad sin aditivos. Una estética cutrista y miserable.

Henri Boulangerie (panadería en castellano) es un triste funcionario que pierde su trabajo, su vida es su trabajo, tras su despido por la privatización de los servicios públicos en la Inglaterra posthatcherista de los noventa. Se le acabaron los motivos de vivir. Pero es un cobarde, como el mismo reconoce, y decide contratar los servicios de un asesino a sueldo para acabar con él mismo. Bien.

A partir de aquí cualquier intuición sobre el desarrollo de los acontecimientos, románticos o rencorosos, dramáticos o vengativos, se quiebra teniendo a Kaurismäki y su desarrollo de lo banal como parte estructural de la película y por ende de nuestras vidas tan vacías como absurdas. Tan innecesarias.

Pero siempre sin abandonar del todo un optimismo, que puede presentarse bajo cualquier forma.

A veces la vida es gris, pero otras veces nosotros la convertimos en negra pero siempre, aunque inconscientemente, dejamos hueco por si tuviéramos suerte de que nos llegara un rayo de luz. De esa luz.

Aki Kaurismäki es un director de cine finés, famoso por sus películas ambientadas entre las clases sociales más favorecidas, en especial las del norte de Europa, a menudo con situaciones y personajes extravagantes, alejados lo más posible de cualquier tipo de romanticismo. Premiado en Cannes es un ajeno a cualquier tipo de acto ceremonial que rodea al mundo del cine.